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Infección neglolegendaria del Papa
En declaraciones recientes hace evidente su ignorancia histórica
Miércoles 15 de julio de 2015, por ER. Quito
Como los lectores de El Revolucionario sabrán, el otrora secular Jorge Mario Bergoglio, hoy convertido en Vicario de Cristo tras una larga trayectoria como jesuita, celebró recientemente una misa en el Parque del Bicentenario de Quito, en el transcurso de su gira hispanoamericana, o lo que es lo mismo, en su visita a distintos enclaves, acompañada de reuniones con los máximos mandatarios políticos, de aquellas repúblicas que resultaron de la transformación final del Imperio español tras decenios de pugnas entre criollos y españoles peninsulares cuyas tensiones también se vivieron en el seno de la Iglesia.
En dicha intervención, el religioso argentino no tuvo empacho en manifestar, ante su enfervorecido y espiritualista público, cosas del siguiente tenor en relación con los bicentenarios a los cuales tanto espacio hemos dedicado en este medio:
«Ese fue un grito nacido de la conciencia de falta de libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados, sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno».
En tan indocta afirmación demostró el Pontífice las dimensiones de su ignorancia e ideologización, pues el grueso brochazo de sus manifestaciones, por más que puedan ser asumidas por sus adictos, siempre solícitos a la hora de buscar una divina sabiduría en las palabras de esta suerte de ave Fénix vaticano; pero también para regocijo de muchos ateos privativos que, en su no erradicada candidez, creerán ver en tales palabras, aderezadas de un oportunista ecologismo, una postura compatible con sus habitualmente anticlericales y confusas posiciones.
Las palabras del representante de tan longeva organización humana transnacional son, es evidente, una muestra palpable de hasta qué punto la infección negrolegendaria ha hecho cuerpo en el sucesor de Alejandro VI, firmante de las bulas que permitieron que los españoles evangelizaran el Nuevo Mundo dentro de ese proyecto antiislámico –coger al turco por la espalda- en el que se daba continuidad a la Reconquista española. Aquellos documentos que, precisamente pusieron en marcha las instituciones que han permitido que un clérigo argentino pueda avecindarse en el Vaticano y tratar de tú a tú a altos dirigentes políticos.
Más de medio milenio más tarde, y tras ser un indudable elemento de cohesión de las sociedades que fueron cristalizando en América bajo la forma de los virreinatos en los que pudo conservarse, y aún elevarse –recordemos a Morgan- a los nativos a la condición de hombres civilizados, la Iglesia católica sufre un grave retroceso que ha diezmado ya su grey en un tercio, espacio que ha ido siendo ocupado por las iglesias evangélicas que, desde sus sedes en los USA, lugar donde Bergoglio no podrá ver tan grande multitud de gentes conectadas con eso que él llama «pueblos originarios», han servido lo mismo para implantar el Instituto Lingüístico de Verano, con su proyecto babelizador, atomizador e indigenista, como para introducir en esos territorios infraestructuras más políticas.
Es así cómo, el histriónico porteño, conducido por su propia metástasis negrolegendaria de origen protestante, y hablando en un perfecto español, pone, dada su enorme influencia, a la Hispanidad en consonancia con los planes disgregadores del enemigo norteño o de otros más lejanos y heréticos. Frente a su distorsionado análisis, la escena bufa en la que Evo Morales le hacía entrega de un Cristo clavado a una hoz y un martillo –obra por cierto de otro miembro de la Compañía de Jesús: el español Luis Espinal-, no pasa de ser otra estampa en la cual es difícil discernir cuál de los figurantes resulta más ridículo.