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Varapalo al régimen cubano
Los fundamentalistas vuelven a soñar con la «transición democrática» en Cuba
Martes 2 de marzo de 2010, por ER. La Habana
La muerte de Orlando Zapata ha desatado numerosas protestas de intensidad relativa no sólo en Cuba, donde el disidente fallecido hubo de ser enterrado en su pueblo natal con numerosas medidas de seguridad, sino en otros lugares de la comunidad hispánica. Alrededor de cien personas se concentraron frente a la Embajada de Cuba en Madrid, la capital de España, para protestar contra el castrismo.
Asimismo, algunos sectores de la prensa española insinuaron demagógicamente que Orlando Zapata fue ejecutado de forma paralegal por el régimen castrista aprovechando su lamentable estado por la huelga de hambre, sin que hayan presentado prueba alguna al respecto. La única «prueba» han sido las palabras de la madre del disidente, Reina Luisa Tamayo, asegurando que la muerte de su hijo «ha sido un asesinato premeditado».
Es difícil, no obstante, pensar que en Cuba, país donde está implantada la pena capital por delitos de lesa patria (entre ellos podría estar la disidencia armada para conducir al país a una situación prerrevolucionaria) quisieran la muerte de Orlando Zapata, pues era de esperar que la disidencia necesitaría de mártires para poder alimentar su débil movimiento.
Dado que Zapata falleció en el hospital, parece más bien un problema de negligencia médica. En todo caso, desde que comenzó el mes de febrero, Zapata Tamayo era sometido periódicamente a un tratamiento con suero para la hidratación de su organismo, por lo que nada hace pensar que el régimen cubano desease provocar la muerte del disidente. Al contrario: esa muestra de generosidad del gobierno cubano para con el preso que había iniciado tan irracional protesta —un verdadero atentado contra su propia individualidad corpórea—, no se oponía a la firmeza de las autoridades para no ceder ante el chantaje planteado por Zapata.
Oportunismo político y «transición a la democracia»
En el otro lado de la barrera se encuentran los socialfascistas españoles, quienes, en aras de su oportunismo, o bien han condenado formal y débilmente el fallecimiento de Orlando Zapata, o incluso han manifestado que era un delincuente común, un terrorista incluso. No vamos a negar que la disidencia cubana (principalmente la residente en Miami y a sueldo de Estados Unidos) ha usado de métodos terroristas en numerosas ocasiones en territorio cubano. Incluso de secuestros, como sucedió en la ola desatada por la disidencia en el año 2003, cortada de raíz con la ejecución capital de tres de los secuestradores; precisamente Zapata había sido detenido a raíz de aquellos acontecimientos. Pero no menos cierto es que la disidencia interior al régimen de Castro no ha mostrado hostilidad excesiva y casi siempre se ha caracterizado por su división y su incapacidad para canalizar las presuntas necesidades de cambio político del «pueblo cubano».
Muchos de quienes se han manifestado contra el castrismo recientemente, se han mostrado esperanzados en que la muerte de los hermanos Castro suponga la irrupción de la tan ansiada «transición democrática» y la vuelta de los exiliados con sus consiguientes títulos de propiedad «expropiados» por la Revolución Cubana de 1959. Sin embargo, si ya es de por sí dudoso que todo volviera a ser como antes de esa fecha, más dudoso aún es que Cuba transite a una democracia de mercado pletórico, aun logrando elevar la escasa productividad de la economía del país caribeño.
En Cuba se avecina, desde el relevo de Fidel Castro por su hermano Raúl, una transición desde el sistema comunista soviético de «dictadura del proletariado» al sistema chino de «república popular pluripartidista», donde la tan encarecida disidencia tendría también su espacio para poder expresar sus puntos de vista, aunque por supuesto ningún poder real. Sólo en ese sentido cabe interpretar que, con la llegada al poder de Raúl Castro, los cubanos puedan adquirir objetos de consumo como teléfonos celulares o manejar con menos trabas las tecnologías de internet o televisión.