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¿Distensión imperial?
Barack Obama busca el entendimiento con Dimitri Medvedev en las grandes cuestiones de la polÃtica internacional
Sábado 26 de septiembre de 2009, por ER. San Petersburgo
Hace una semana Rusia se apuntaba el segundo gran tanto en política internacional desde la desaparición de la Unión Soviética. El primero lo lograba en agosto del año pasado tras vencer en un corto periodo de tiempo al ejército georgiano. Rusia machacaba las ilusiones de Georgia de un rápido ingreso en la OTAN y al mismo tiempo consolidaba dos nuevos Estados satélites: Abjasia y Osetia del Sur.
Con la noticia de que, por ahora, Estados Unidos renuncia a la instalación de su escudo antimisiles, Rusia ha conseguido por primera vez en muchos años frenar la penetración norteamericana en la plataforma eslava. El aterrizaje del Imperio realmente existente en dicha plataforma tuvo lugar tras el derrumbe de las democracias populares en 1989, la anexión de la RDA por la Alemania Federal y el colapso de la URSS en 1991. El por entonces muy debilitado Gorbachov había bendecido una Alemania reunificada neutral como paso previo para la desaparición de los dos grandes bloques militares. Lo que el presidente soviético se encontró fue una Alemania de la OTAN y la vaga promesa de que ante la retirada(desbandada) de la URSS del centro y este europeo, el Imperio Norteamericano no se haría con el control militar de la zona. Pero las promesas se las lleva el viento. La OTAN se amplió hasta las fronteras de antiguo espacio soviético. La pataleta rusa tampoco surtió el mínimo efecto en la guerra contra la Yugoslavia de Milosevic en 1999. El hermano pequeño eslavo fue bombardeado con la consiguiente ocupación de su territorio (Kosovo). En sus delirios de grandeza Bush quería ajustarle las tuercas a Rusia. El tejano se aprestaba a ampliar aún más su influencia militar en las zonas sensibles para Rusia, a saber, Ucrania y Georgia. La seguridad militar norteamericana habría de completarse con la erección en suelo polaco y checo de un costosísimo sistema de detección e intercepción de misiles. Se señalaba al peligro iraní, aunque en realidad si el peligro islámico estaba detrás del escudo, lo más razonable hubiera sido levantarlo en Israel. A ojos de casi todos estaba claro quien era el destinatario: el gigante eslavo amenazó con el despliegue de más cohetes.
Rusia muy consciente de lo que se dilucidaba, ha jugado la carta antiamericana. Ha restablecido sus buenas relaciones con Cuba; ha sido el máximo valedor internacional de la Venezuela de Hugo Chávez y, ha colaborado intensamente con Irán. Todo siguiendo la máxima de «los enemigos de mi enemigo son mis amigos» . Al nuevo emperador americano no le ha quedado más remedio que entender, que algunas cuestiones como la iraní son irresolubles sin el concurso ruso. El programa nuclear de la nación que preside Ahmadineyad se vería seriamente obstaculizado sin la tecnología rusa. El margen de maniobra internacional de Irán se reduciría de encontrarse solo frente a los «dos grandes». Obama lo sabe, como también sabe que un mayor entendimiento con Rusia le facilitaría algo la delicada situación en Afganistán. Sin ir más lejos podría suscribir, como ya han hecho otros países de la OTAN, acuerdos que permitieran el tránsito a través de territorio ruso de pertrechos militares.
Pero no hay que llevarse a engaño. El multilateralismo no emana de un deseo puro de entendimiento y empatía entre líderes bondadosos y razonables, como si de una pareja de enamorados antes de entregarse a los fulgores del amor se tratase. Los Estados no practican el multilateralismo porque quieren, sino porque no tienen más remedio. Cuando por sí mismos no tienen capacidad imperial para conformar e influir decisivamente en terceros Estados (como en el caso de Irán), o la tensión entre superpotencias supone una amenaza para la ^eutaxia de ambas sociedades políticas, entonces se impone, nunca mejor dicho, el diálogo.